Hoy miércoles se acaba el año. Ea, ya está. Y con él cerramos el capítulo 2014 de nuestra historia contemporánea. Y abrimos uno nuevo. Probablemente con nuevos propósitos, ilusiones e incertidumbres. Bajo el número genérico de 2015 el próximo puñado de días aglutinará un montón de acontecimientos personales y sociales. Marcados por distinto signo: político, social o religioso. Económico, educativo o lúdico. En todos, salvo que la mala leche protagonice los impulsos, latirá el deseo de mejora y felicidad. Unos deseos que el ser humano experimenta de manera sistemática. A diario. De ahí que con el comienzo del nuevo año muchos busquen mejorar. Por dentro y por fuera. El deseo de felicidad y vida plena late continuamente en las vidas de las gentes. Y sociedades. Aunque desgraciadamente con cierta frecuencia haya quien se encargue de dinamitar el deseo de bienestar y plenitud pisoteando la dignidad de la persona.
Esto de la felicidad es un deseo que afecta a todo individuo. ¿Pero cómo se alcanza? Hay quien sostiene que esta realización tiene que lograrse de manera autónoma, sin ninguna referencia a la trascendencia. Hay quien defiende una soberanía absoluta de la razón y de la libertad en el ámbito de las normas morales que regulan la vida. Estas normas constituirían el ámbito de una ética meramente humana, es decir, serían la expresión de una ley que el hombre se da autónomamente. El ser humano para alcanzar la felicidad, como ser racional, no sólo podría sino que incluso debería decidir libremente el valor de sus comportamientos.
Es una convicción, al menos a la luz de la fe, equivocada. Una postura que además se basa en un infundado conflicto entre libertad humana y Dios. Dios no quita la libertad. Todo lo contrario la eleva a la categoría de sublime. La pureza está en la libertad. Siempre que ésta se base en el amor. No hablamos por tanto de debilidad cuando fallamos en nuestros propósitos para año nuevo. Para el 2015. Hablamos de falta de amor. Cuando el amor es santo y seña de nuestra vida la felicidad brota de manera espontánea. Y se saborea la plenitud. Cuando se propicia y respeta la ley natural se fortalece una brújula y medida interior para la vida. Es reflejo de la idea creadora de Dios en el corazón del ser humano. De hecho, en la acogida del amor la libertad del hombre encuentra su más alta realización.