A LAS TRES TERESAS
Ya
no están. Estuvieron en el concierto de la Humanidad, les tocó estar en
diferentes épocas, en diferentes siglos.
Ya
no están pero permanecen. Permanecen entre nosotros por la huella que dejaron,
porque sus vidas fueron transcendentales y la luz de sus almas de trayectoria
inconmensurable y pura, no se podrá apagar jamás.
El
nombre de TERESA fue el de las tres.
La
primera, Teresa de Ávila, España, nacida en marzo de 1515, siglo XVI.
La
segunda Teresa nació en Alencón, Francia, en enero de 1873 y a los 16 años
entró de novicia en el Convento de las Carmelita de Lisieux y toda la aventura
y recorrido de su vida la tenemos hace ya dos siglos.
La
tercera Teresa nació en Skopje, hoy Macedonia, en agosto de 1910. Su primer
nombre, Agnes Gonxha Bojaxha, que luego , al entrar a los 18 años al Convento,
cambia por el de Teresa.
El
nombre de Teresa tiene magia para ella pues si grande y admirable fue Teresa de
Ávila, no menos fue Teresa de Lesieux, que sin salir del Convento es proclamada
Patrona de las Misiones por su celo y ardiente afán, en su vida consagrada a
orar por las misiones y misioneros en lejanas tierras.
Una
fue Teresa de Jesús, otra Teresita del Niño Jesús y la tercera, Madre
Teresa de Calcuta. Las tres siguieron los pasos del Maestro amado. Las tres
vivieron enamoradas y rendidas a ese apasionamiento por Jesús.
A
la primera se le atribuye un diálogo, hermoso y muy conocido, con Cristo. Le
pregunta Jesús: -"Tú, ¿quién eres? Ella responde: -"Yo, Teresa de
Jesús… ¿y tú? Responde Él:-"Yo, Jesús de Teresa".
Teresa
de Ávila tuvo una vida activa, profundamente humana y espiritual.
Teresita
del Niño Jesús tuvo una vida breve, dulce, angelical y de salud muy
quebrantada.
La
Madre Teresa de Calcuta tuvo una vida larga, entregada y plena de generosidad,
pero con la misma tónica de cumplimiento: la heroicidad de sus virtudes, de su
fe y de su amor.
Teresa
de Jesús, fuerte y tenaz, libro de texto del espíritu, fruto de experiencia e
iluminación con estilo clásico y genial.
Teresita,
luz de un alma enamorada, miniatura primorosa quebrada por mortal enfermedad y
grandes sufrimientos físicos. Espíritu lírico, y llena de gracia.
Madre
Teresa, alma gigante en envoltura pequeña, plena de amor y donación total de sí
misma.
Ellas
son encarnaciones magníficas de espiritualidad que las hacen "imán del
mundo". Ascetismo dictatorial hasta llegar a la nada en lo humano para que
el alma tenga capacidad para todo lo divino.
Santas
las tres Teresas... pero de carne y hueso. No son ángeles ni seres venidos de
alguna otra dimensión. Nacieron en familias como las nuestras, con padres y
hermanos como pueden ser los de cualquier hogar, quizá no tan cualquiera, pues
en sus hogares aprendieron a orar y a amar a Dios. Ahí puede radicar la
diferencia. En eso puede descubrirse el secreto de sus vidas: la oración.
La
oración las llevó a una relación con Dios poco común. Fueron fieles a los
designios del Señor. Abrieron las puertas del alma para dejar entrar al bien
amado.
La
oración fue su escudo, su fuerza, su refugio, su lanza para luchar contra
muchas y diferentes tentaciones y sufrimientos. Fue la fuente para dar de beber
al sediento, el valor para tener los pies cansados y polvorientos y el alma en
las alturas, para acariciar las carnes enfermas de los moribundos, para hacer
de la enfermedad y de los dolores un incienso perfumado en alabanza a Dios. La
oración las colocó en "contacto directo" con Jesucristo y con la
Santísima Virgen y fue el "ancla" más poderosa y mejor en sus vidas
de fe.
¿Qué
nos pasa a nosotros que no oramos?
Las
tres Teresas nos están dando la clave y el grandioso ejemplo de sus vidas.
Ellas se fueron pero están presentes y nos dejaron el testimonio de todo lo
maravilloso y fascinante que puede ser un alma humana.