SAN PEDRO DAMIÁN
Este cardenal benedictino nació en Rávena y fue una de esas figuras severas que, como San Juan Bautista, surgen en las épocas de relajamiento para apartar a los hombres del error y traerles de nuevo al estrecho sendero de la virtud. Debido a la prematura muerte de sus padres, el santo fue criado por su hermano, convirtiéndose en un excelente discípulo, y más tarde en un profundo servidor de Cristo. Ordenado sacerdote en 1035, Pedro decidió abandonar el mundo exterior y abrazar la vida religiosa en otra región, entrando al convento de Fonte Avellana, comunidad de ermitaños que gozaba de gran reputación. Allí se dedicó a la oración, lectura espiritual y estudios sagrados, viviendo con gran austeridad. Pese a su negativa, Pedro asumió la dirección de la abadía en 1043 gobernando con gran prudencia y piedad. Fundó otras cinco comunidades de ermitaños, donde fomentó entre los monjes el espíritu de retiro, caridad y humildad y además estuvo al servicio de la Iglesia, siendo nombrado Cardenal y Obispo de Ostia en 1057. San Pedro escribió varios documentos que ayudaron a mantener la observancia de la moral y de la disciplina, particularmente en lo que se refiere a los deberes de los clérigos y monjes. Sus libros: Libro Gratísimo y el Libro Gornorriano, fueron auténticos látigos contra la forma de vivir del clero en su época. Junto al cardenal Hildebrando lograron una profunda reforma eclesiástica, para lo cual el papa León IX lo sacó de su retiro. A pesar de su severidad, el santo sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia, cuando la caridad y la prudencia lo pedían. Elevado al cardenalato contra su voluntad, se dedicó a importantes labores diplomáticas y de mediación con una gran eficacia. Efectuando una de estas misiones, murió el 22 de febrero de 1072. Fue nombrado Doctor de la Iglesia por el Papa León XII en 1828.
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