EL AMOR NO DEBE NACER EN LA ARENA DE LOS SENTIMIENTOS QUE VAN Y VIENEN, SINO EN LA ROCA DEL AMOR VERDADERO, EL AMOR QUE VIENE DE DIOS

(Papa Francisco)

martes, 19 de febrero de 2013

EN LA CIMA

MONTE TABOR



No pudiera deciros cuánto tiempo
estuvimos sentados en aquel monte. Ocurre
que la luz se hace aroma, la piedra se hace ala,
el cielo casi suena como un himno y extiende la palmera
un hábito de paz que, invisible, nos gana.

Allá abajo, la prisa de las horas perdidas,
de los perdidos pasos, de las vanas angustias,
estaban esperándonos, tal un caballo indómito
que nos destruye con su docilidad, nos mata
con su efusión de vida y nos lleva en sus lomos
adonde no quisiéramos llegar para perderle.

Hierba de olvido, en cambio, ¡qué sosiego en la cima!
¡Qué horadar, en el cielo, los ojos, sin descanso
como el que está sediento y le acercan el agua,
un pecho en que apoyarse, un caudal cristalino
desde donde nos miran, nos sacian y nos vencen
y, aunque nada sabemos, nos sentimos
humanamente libres de tanta desventura!.

Si hubiéramos subido con El, cuando El se trajo
a Pedro, a Santiago y a Juan, también, como ellos,
diríamos, sin saber, lo que entonces decíamos:
__”Señor, ¡qué bien estamos aquí!”

                                                   Tal vez, vacíos
de la constante pena de sabernos vivientes
territorios sembrados de amargura,
invadidos de nieblas y de sombras,
fatigados de tanto barro con que a diario amanece
esta vida, Señor, que tanto amamos.

Hubiéramos, con ellos, puesto la tienda, abierta
a los más dulces vientos, a la sombra callada
de las bodas nocturnas, al fraternal saludo
de todas las estrellas y al alba, ya anunciado
por el gozo infinito de tan sonora soledad.

No es el tiempo una garra destructora, no puede
acabar con la luz transfigurada, apenas
si ha sido, hace un instante, lo que parece un sueño.
Por eso, cuando El dijo:

                                          __”Levantaos,  no temáis”,
también nos lo decía a nosotros, lejanos
y acobardados hombres que todo lo ignoramos,
y estaba en sus palabras el mismo amor que puso
cuando las dijo a Pedro, a Juan y a Santiago.

Luis López Anglada.

“Pon frecuentemente la mano en tu corazón y dí:
“Dios vive conmigo y en mí”.
Poco a poco Dios te hará degustar
esa felicidad que viene de su presencia”.

Cardenal F.X. Nguyen van Thuan.

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