A ORAR
Jesús oraba muchas veces. Los buenos israelitas solían hacerlo tres veces al día. Por eso no es extraño que los apóstoles vieran, a menudo, orar a Jesús. Lo que les llamaba la atención era la forma de orar, veían que hablaba con otra persona, que era su Padre, y quizá muchas veces escucharían las palabras tiernas que dirigía a su Padre celestial. Por ello, al acabar su oración le pidieron: "Señor, enséñanos a orar".
Como respuesta Jesús les enseña el Padrenuestro. No era una oración concreta enseñada de una sola vez, sino en varios momentos, enseñando a hablar con Dios, y que lleva a San Mateo y a San Lucas a pronunciar las palabras como un todo.
Lo primero que enseña Jesús es a llamar Padre a Dios; con ello nos acerca a su divinidad y nos muestra su principal cualidad, el amor. Si es nuestro Padre nos lleva a la segunda petición: que reine sobre nosotros, es decir, que extienda su reino de amor, que nos compartamos como hermanos y llevemos la alegría de sus mandatos que nos lleva a la felicidad. Luego pedimos lo necesario para nuestra vida, Jesús nos enseña a pedir en comunidad, porque el alimento lo pedimos para todos, especialmente para los más necesitados.
Jesús nos dice que pidamos, que Dios escucha nuestra oración, aunque normalmente creemos que nuestras peticiones no son escuchadas, pero Dios nos escucha y quiere nuestro bien. Lo malo es que no sabemos orar, no sabemos lo que nos conviene y oramos mal. La oración, si la consideramos como una unión a Dios, siempre es provechosa y debe ser constante.
Jesús nos pide que acudamos a Dios, la oración debe llenar todo, porque Dios no quiere hacer todo por sí mismo y nosotros solos no podemos. Un difícil equilibrio.
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