CÓMO AMAMOS
Una cosa es ordenarlo,
como lo hizo Jesús al decirnos: “Ámense los unos a los otros”, y otra cosa es
saber cómo hacerlo. Y eso, que Jesús fue muy claro al impartir sus
instrucciones, añadiendo “como yo los he amado”.
Sin embargo, muchos
son los que dicen a seguidas que del dicho al hecho hay un gran trecho, y
siguen cuestionándose cómo es que se ama.
Amar es lo más
sencillo del mundo, como también puede ser lo más complicado. A nosotros debía
interesarnos conocer todas las formas fáciles de amar, para ponerlas en
práctica de inmediato, y ya luego buscarle la vuelta a las complicadas, esas
que implican dejar atrás los agravios, los rencores, y decidirse a favor de la
reconciliación, del perdón, del amor al que nos ha hecho daño. Pero esas son ya
otras quinientas.
A todos nos gusta que
nos pongan las cosas fáciles. Y si no, fíjense que siempre que
alguien hace una listita de cosas, captamos más rápidamente lo que debemos
hacer.
Eso hizo José Luis
Martín Descalzo, un hombre excepcional, que como todos los excepcionales se ha
ido a destiempo a la casa del Padre.
A ver qué les parece
el menú de pequeñas maneras de amar, puesto a nuestra disposición por el Padre
Martín Descalzo, sobre todo cuando se trata de desconocidos o semi-conocidos:
• Aprenderse los
nombres de la gente que trabaja con nosotros o de los que nos cruzamos
frecuentemente, y tratarles luego por su nombre.
• Observar los gustos
ajenos y tratar de complacerles.
• Pensar bien de todo
el mundo, como un asunto de principio.
• Tener la manía de
hacer el bien, sobre todo a los que teóricamente parecería que no se lo
merecen.
• Sonreír. Sonreír a
todas horas. Con ganas o sin ellas.
• Multiplicar el
saludo, incluso a los semi-conocidos.
• Visitar a los
enfermos, sobre todo sin son crónicos.
• Prestar libros aunque
te pierdan alguno. Devolverlos tú.
• Hacer favores. Y
concederlos antes de que terminen de pedírtelos.
• Olvidar ofensas. Y
sonreír especialmente a los ofensores.
• Aguantar a los
pesados. No poner cara de vinagre escuchándolos.
• Tratar con
antipáticos. Conversar con los sordos sin ponerte nervioso.
• Contestar, si te es
posible, todos los correos.
• Entretener a los
niños chiquitines. No pensar que con ellos pierdes el tiempo.
• Animar a los viejos.
No engañarles como chiquillos, pero subrayar todo lo positivo que encuentres en
ellos.
• Recordar las fechas
de los santos y cumpleaños de los conocidos y amigos.
• Hacer regalos muy
pequeños, que demuestren el cariño pero no crean obligación de ser compensados
con otro regalo.
• Acudir puntualmente a
las citas, aunque tú tengas que esperar.
• Contarle a la gente
cosas buenas que alguien ha dicho de ellos.
• Dar buenas noticias.
• No contradecir por
sistema a todos los que hablan con nosotros.
• Exponer nuestras
razones en las discusiones, pero sin tratar de aplastar.
• Mandar con tono
suave. No gritar nunca.
• Corregir de modo que
se note que te duele el hacerlo.
La lista podría ser
interminable y los ejemplos similares infinitos. Y ya sé –concluye el Padre
Martín Descalzo-- que son minucias, pero minucias que ensanchan el corazón de
quien las hace. Y con muchos millones de pequeñas minucias como éstas el mundo
se haría más habitable.
No olvidemos que en el "examen final", lo único que nos valorarán es cómo y cuánto hemos amado en nuestra vida.
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