A TODOS LOS QUE SON ABUEL@S
Los
abuelos: el gusto por la vida
Por
monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
Publicamos la
carta que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, con
motivo del día de los abuelos, la memoria litúrgica de los santos Joaquín y
Ana, el 26 de julio.
* * *
Cualquier anuncio de un producto, cualquier presentación de algo resultón,
busca para encauzarlo la bella figura de una joven, de un joven, con una música
adecuada que se te cuela pegadiza, evitando a toda costa lo que pudiera
distorsionar el objetivo del éxito, el triunfo de la ocasión.
Así, los ancianos no suelen figurar en los programas de ventas salvo que se
trate de productos geriátricos, ni forman parte de ningún protagonismo en una
sociedad que parece privilegiar a toda costa lo que deslumbra, lo que seduce,
lo que conquista, lo que triunfa aunque haya que construir ídolos de plesiglass
en el arte, en la cultura, en la política, cuya fecha de caducidad está
controlada rigurosamente por quien en la sombra tiene el mando a distancia que
maneja los hilos del mundo.
Los ancianos, los viejos, los jubilados, los abuelos… no cuentan. Tanto no
cuentan que empiezan a molestar cuando su edad o su deterioro físico les hacen
sospechosos de un estorbo fatal que se arrincona, se censura o se llega incluso
a eliminar. Bajo el eufemismo de una “muerte digna” se pretende excluir a quienes
se ha decidido que su vida no debe contar ya, que cuesta demasiado mantenerlos,
que no producen nada, que complican los cálculos del egoísmo insolidario.
Frente a esta actitud, destaca el aprecio y la defensa por la vida que la
Iglesia siempre ha mantenido y mantendrá. La vida en todas sus fases y
circunstancias: desde la del no nacido hasta la del anciano o enfermo terminal.
La vejez no es un estigma de castigo, sino un momento en donde poder
testimoniar el gusto por la vida, esa vida cargada de experiencia. En este
sentido, el Beato Juan Pablo II, en el jubileo del año 2000, durante un
encuentro con el mundo de la «tercera edad», dio este precioso testimonio
personal: «A pesar de las limitaciones que me han sobrevenido con la edad,
conservo el gusto por la vida. Doy gracias al Señor por ello. Es hermoso
poderse gastar hasta el final por la causa del reino de Dios».
Por este motivo, llegando la festividad de San Joaquín y Santa Ana, “abuelos”
de Jesús por ser los padres de la Virgen María, la Iglesia mira con inmensa
alegría y solicitud a nuestros venerables y queridos abuelos. El Papa Benedicto
XVI ha escrito unas líneas en las que nos recuerda la importancia que tienen
los abuelos en nuestra vida: «En el pasado, los abuelos desempeñaban un papel
importante en la vida y en el crecimiento de la familia. Incluso en edad
avanzada, seguían estando presentes entre sus hijos, con sus nietos y, a veces,
entre sus bisnietos, dando un testimonio vivo de solicitud, sacrificio y entrega
diaria sin reservas. Eran testigos de una historia personal y comunitaria que
seguía viviendo en sus recuerdos y en su sabiduría… Ojalá que los abuelos
vuelvan a ser una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la sociedad.
Por lo que respecta a la familia, los abuelos deben seguir siendo testigos de
unidad, de valores basados en la fidelidad a un único amor que suscita la fe y
la alegría de vivir».
Con inmenso respeto y con mucha alegría hacemos un homenaje a los abuelos, que siguen
sosteniendo en tantos sentidos aquello que permite que la familia siga unida,
no pierda sus raíces humanas y cristianas, y representan la sabiduría de quien
ha relativizado lo que es secundario y trivial, mientras que no renuncian a lo
que de suyo es lo único importante cuando del amor, la vida, la fe, la paz, o
la fidelidad se trata.
Por tanta entrega generosa y gratuita, sincera y entera, por un amor que no se
ha caducado sino mejorado con el paso de los años, por todo ello: gracias. Y
que Dios les siga bendiciendo como a San Joaquín y a Santa Ana.
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