PREDICAR EL EVANGELIO
Ícaro quería llegar hasta el sol con sus alas de cera, los mitos antiguos nos hablan de la aspiración de subir al cielo, expresan con un lenguaje simbólico, la sed de transcendencia que anida en el corazón del hombre. La Resurrección, la Ascensión y Pentecostés que celebraremos el próximo domingo, nos hablan de esto, del sentido de la vida. Nos recuerdan las antiguas preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? ¿Cuál es el fin de mi existencia? ¿Adónde va a parar la historia?... En concreto la Ascensión nos recuerda a donde vamos, al Reino definitivo de Dios.
En la primera lectura se nos dice: “apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios”, está clara la razón de ser de la Iglesia que no es otra que anunciar el Reino a todos los hombres y pueblos. Un anuncio que no consiste sólo en buenas palabras, el evangelio recuerda: “el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”. A los que crean, les acompañaran estos signos, (si se me permite la adaptación de los “venenos” y “serpientes”…): anunciarán las Buena Noticia a los pobres, hasta identificarse con su destino; la liberación de toda forma de opresión; la restitución de la dignidad a los que les ha sido arrebatada; el perdón y la misericordia de Dios; la importancia de ser sencillos y limpios de corazón y procurarán trabajar por el bien común de la comunidad y la transformación del mundo.
Empieza el tiempo del Espíritu, el hombre llevado por este viento, puede ansiar llegar al cielo, vislumbrar el objetivo supremo de la vida humana, intentar ser Hombre Nuevo, superar la pesadez de una vida plantada en la tierra, buscar la transcendencia. Es un esfuerzo que durará toda la vida. Que la fiesta de la Ascensión nos anime a aspirar a lo más alto, a tirar del mundo y de nosotros hacia arriba, en esa ilusionada y a veces dura marcha de la humanidad hacia los cielos nuevos y la tierra nueva, en los que habite la justicia. No somos tan pretenciosos como Ícaro, aunque hemos creado aviones y naves que llegan cerca del sol, sabemos que dependemos de la fuerza del Espíritu y él nos permite soñar y volar.
Julio César Rioja. cmf
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