LO HONDO DEL CLAMOR
Fue durante el sosiego de la tarde;
las nubes se miraban en el río,
la brisa se escapaba del estío;
era el brillo del sol lejano alarde.
Sin sombra ni frescor que la resguarde,
desnuda de vestido y atavío,
aun sabiendo que vive su albedrío
se me estremece el alma, tiembla y arde.
¿Qué esperanza escondida es la que invoca?
¿Qué ilusión placentera la disloca?
¿Por qué no ve el nacer de su alborada?
Lentamente se aclaran los oscuros
y como fiel respuesta a su conjuro,
llega, fundiendo estrellas, la llamada.
Joaquín Fernández González.
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