NO OS FIÉIS DE
ALFONSO
Sabed que una gran amenaza pesa sobre vosotros por el hecho de
pertenecer a los Equipos de Nuestra
Señora. Pesa sobre todos aquellos que se agrupan para vivir una vida
mejor. Ha sido desde siempre el error de
quienes han tomado la iniciativa de esta clase de agrupaciones. Esta terrible
amenaza es el farisaísmo. No el que se
designa corrientemente con el nombre de “buena conciencia" más o menos
hipócrita. Sino aquel farisaísmo que arrancó del Cristo las maldiciones
despiadadas que no podemos leer sin impresionarnos.
¿Quiénes son estos fariseos de los cuales
Cristo nos dice que el pecado de las prostitutas es poca cosa comparado con el
suyo? Son hombres agrupados para salvaguardar su vida religiosa de toda
contaminación pagana, celosos de la meditación y
la práctica de la Ley. Muchos, según parece, cumplen exactamente sus deberes
religiosos y los ejercicios minuciosos que su propia regla los impone. Entonces,
diréis, ¿por qué merecen los rayos
del Cristo? Es que ellos esperan su salvación de la Ley, de la práctica de la
Ley, y por lo tanto, en definitiva, de ellos mismos. Según ellos, es santo
aquel que practica perfectamente la Ley. Ahora bien, cuando un salvador se
presenta, no sienten ninguna necesidad de alargarle la mano. Es este su
imperdonable pecado: creerse justo porque practica la ley, no tener necesidad
de ser salvado, lo cual es como pensar que la venida y la muerte del Cristo son
inútiles. La prostituta, al menos, no pretende ser justa; tiene una necesidad
terrible de ser salvada.
He aquí el peligro: creerse justo por el solo hecho de practicar
la ley, aunque se haga con creces. Y bien, no, ¡mil veces no! Incluso aquel que
da todos sus bienes a los pobres puede no ser más que un timbal, vacío y
ruidoso, nos dice san Pablo. Para ser justo a los ojos de Dios no es suficiente
conformarse con unos mandamientos, hace
falta poseer el Espíritu Santo y la
caridad que él difunde en nuestros corazones. Ay del hombre virtuoso, celoso, austero, heroico,
si está contento de si mismo, satisfecho; si no se considera pecador, si no espera, si
no clama al Salvador. Qué astuto es el demonio: aquellos que no puede perder
haciéndoles caer, los conseguirá con más seguridad todavía, si no se dan
cuenta, alentándolos a salvarse ellos mismos por sus propias fuerzas: lo importante
es que crean que no tienen necesidad de ser salvados por otro, por Dios, y no
recurran a Él.
"Señor, os doy gracias porque no soy como los otros, ladrones,
adúlteros...” Así rezaba el fariseo de la parábola. Cristo no nos dice que
mintiera. Ni que el publicano mintiera acusándose de ser pecador. Y no obstante, el
virtuoso es el condenado y el pecador salvado, pero precisamente porque este
último confesaba su necesidad de un Salvador.
¿Es una invitación a pecar lo que yo os propongo? Ciertamente que
no, sino una invitación, por más virtuosos que seáis, a reconocer que vuestra
virtud es irrisoria si no es la irradiación del Cristo habitante en vosotros;
que vuestra seguridad es ilusoria si no tiene a Dios por fundamento. ¿Invitación
a dejar los Equipos? Ciertamente que no, sino una invitación a recurrir al
medio que puede salvar del fariseísmo: la oración. La
oración auténtica es el único contra-veneno conocido. Y he aquí por qué una
agrupación religiosa que no es una escuela de plegaria es terriblemente
peligrosa: no es más que una fábrica de fariseos.
No os quiero esconder que bien a menudo estoy inquieto de veros
tan ignorantes de la verdadera plegaria, que no le concedéis, por decirlo así,
un lugar, en vuestras vidas, con mil pretextos más válidos los unos que los
otros. Es por esto que tantos hogares están apagados, anémicos, que caducan, que
equipos enteros caducan. Así como no hay nunca razón para no comer, no respirar, no dormir, no hay nunca razón de
no rezar.
Verdaderamente, si tras dos o tres años de vida de equipo no
habéis aprendido de rezar y no hacéis de la plegaria un lugar central en
vuestra vida, no os escaparéis del farisaísmo. Iréis viendo
aparecer poco a poco los síntomas del mal e iréis accediendo en pequeñas
etapas: la satisfacción de si mismo,
favorecido principalmente por la comparación con los que os rodean y que son,
indudablemente, menos virtuosos que vosotros; la tranquilidad de conciencia que es una esclerosis espiritual; la convicción de ser un justo, cuando uno
no es mas que un "bienpensante” , este
término moderno para designar al fariseo, la disimulada satisfacción de
constatar y estigmatizar los pecados de los otros. Y si leyéndome constatáis
que no tenéis estos síntomas, no estéis demasiado seguros.
La plegaria, hablo de la
plegaria verdadera, prolongada, tiene una maravillosa virtud para llevarnos al descubrimiento de Dios y de
nosotros mismos, de la santidad de Dios y de nuestra necesidad cotidiana de ser
salvados.
Si habéis llegado a rogar como San Alfonso de Ligorio, entonces estad tranquilos, no hay para vosotros un peligro inmediato de farisaísmo:
Si habéis llegado a rogar como San Alfonso de Ligorio, entonces estad tranquilos, no hay para vosotros un peligro inmediato de farisaísmo:
“Señor no os fiéis de Alfonso,
decía; es bien capaz de traicionaros hoy”.
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