EL LORO MUERTO
Para
vivir en una Patria noble y digna cada ciudadano debe aportar su conducta
honesta. A veces la falta de integridad se quiere justificar diciendo que
todos actúan así; o que es la única forma de salir adelante. Es necesario vivir
según los principios, aunque esto suponga ir “contra corriente”. Es la única
manera de levantar el nivel moral de nuestra sociedad.
El
loro llenaba en la corte tres empleos: anunciaba la visita de los altos
personajes, tenía el encargo de recrear a Su Excelencia en sus momentos de ocio
con cuentos amenos y de atajar a los solicitantes con el grito consagrado: «¡No
hay vacante!». Y como es justo, teniendo tres empleos, cobraba tres sueldos,
como quien dice nada. Murió, y pocas horas después del triste acontecimiento,
estaban conversando el chajá, la urraca y el benteveo, ponderando a cual más
las cualidades del finado: —¡Pobre señor loro!, decía uno con aflicción. —¡Qué
muerte tan repentina—, contestó otro tristemente! —¡Es un gran vacío!, observó
el tercero compungido.
—¡Y
una gran vacante!, murmuró la urraca. Y el chajá se sonrió y también el
benteveo, y los tres, mirándose con ojos de candidato: —¡Qué vacante linda,
che!, susurraron los tres! (G. Daireaux).
Los
puestos públicos están para servir a la comunidad. Para ofrecer un buen
servicio se requiere sentido del deber, compromiso con los principios y querer
a la gente. El servicio de calidad debe ser permanente, con cada persona. El
público no existe: existen individuos concretos. La Patria necesita estos
servidores. Cada uno encienda su lucecita y las tinieblas comenzarán a
retirarse.
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