TRES SÍES
Cuando en la vida nos sucede algún fracaso o momentos difíciles, casi todos nos solemos refugiar en lo seguro. Nos despiden del trabajo, nos dan un diagnóstico médico, se rompe una relación… y buscamos en lo que hacemos habitualmente, el no darle vueltas a la cabeza. Por eso los discípulos han regresado a lo suyo, parece que su aventura ha terminado y lo normal es volver a su antigua profesión de pescadores, han escapado a Galilea. Es lo que saben hacer y es muy razonable, Pedro les dice: “Me voy a pescar. Ellos contestan: Vamos también nosotros contigo” y allí se hubieran quedado.
Pero: “Aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: No”. Así estamos, toda la noche bregando en lo nuestro y no hemos cogido ni un boquerón, estamos vacíos sin la presencia del resucitado, sin ideas claras sobre lo que hacer, aunque Él nos había llamado a ser pescadores de hombres. Sólo cuando con sinceridad uno reconoce sus carencias: “no tengo nada”, (al que está lleno de todo en nuestra sociedad le cuesta ver más allá), es capaz de atreverse a comenzar algo nuevo, de ilusionarse como un muchacho y volver a echar las redes.
Jesús le exige a Pedro una triple confesión de amor, quizás para recordar aquella noche de tiple negación. El Pedro fanfarrón, el de la espada, el duro en comprender… tiene que convertirse al amor: “¿me amas? ¿me quieres?”, para tener la primacía debe seguir el camino del Maestro: generosidad, servicio fraterno y entrega total de sí mismo por la vida de los suyos, e incluso le anuncia una muerte para dar gloria a Dios. “Apacienta mis ovejas” es la respuesta, debe ser el amor el que mueva a los párrocos, a los obispos, al Papa, a todos los que pastorean.
Hay un gran simbolismo en todas estas lecturas de este domingo: peces, ovejas, redes, comida, amanecer, noche…Pero lo definitivo es: “Sí, Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero” que repite Pedro otras tres veces, recordémoslo en muchos momentos en los que intentamos volver a nuestras seguridades y sobre todo tengamos presente que quererle a Él, es querer a todos sus hijos, sobre todo a los más necesitados. Él se aparece, está cada día esperándonos en la orilla, en la calle, en los hogares, en cualquier esquina, ¡no notáis su presencia!, como diría Gloria Fuertes: “Está en el parque, debajo mismo de tu cartera y tu corbata”.
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