LA SANTIDAD
Muchos piensan que la vida cristiana es complicada,
que hay que saber muchas cosas, hacer muchas cosas… pero no; la vida cristiana
es sencilla; podrá ser difícil, pues implica una lucha constante, pero no
complicada. El camino espiritual tiene tres elementos: 1º tener clara la meta,
2º caminar hacia esa meta y 3º comenzar cada día.
La meta hacia la cual nos dirigimos es la
transformación en Cristo (cfr. Rm 8,29), la unión con Dios-Trinidad, la
santidad. Una meta que nos atrae y orienta nuestros pasos. El caminar hacia la
meta puede expresarse de diversas maneras: vivir en atención amorosa a Dios,
ser dóciles al Espíritu Santo, amar y actuar como Jesucristo, hacer la voluntad
del Padre, creer en el amor de Dios y dejar que Él realice su obra en nosotros,
vivir la fidelidad simple de hoy… Todo esto, con María y como ella. Y, por
último, “comenzar todos los días, como si fuera el primero”, sin preguntarnos
qué tanto avanzamos el día anterior o si nos detuvimos, nos desviamos o
retrocedimos. Y si caímos, pues levantarnos, pedir perdón y volver a caminar.
Estrenar a diario nuestra vida espiritual; tomar cada día nuestra cruz y
reemprender el seguimiento de Jesús y la construcción del Reino.
Hemos de aplicar estos elementos en todos los ámbitos
de nuestra vida: en la relación con nosotros mismos, en la relación con los
demás (en la casa, la escuela, el trabajo, los amigos, la comunidad
cristiana…), en la relación con Dios, en nuestra vida de ciudadanos, en el
trabajo, en nuestro apostolado, en el cuidado y cultivo de la creación… Esto
vale para la vida cristiana de un niño, un joven, un adulto o un anciano.
También se aplica en el proceso espiritual de un laico, una religiosa o un
sacerdote.
La Santidad es obra de Jesús pero Él no la impone.
Requiere la respuesta libre del hombre: quien ama a Dios desea responderle con
todo el corazón, se esfuerza y persevera con la ayuda de la gracia para vencer
la tendencia de la carne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario