EL DÍA Y LA HORA
ADVIENTO
Comenzamos el año litúrgico, con el Adviento. Parece un anuncio televisivo que se repite todos los años, “quedan cuatro semanas para la Navidad” y algunos, ya están pensando en el descanso invernal o veraniego, según las latitudes. Es irónico, mientras la mayoría habla de descansar y del bullicio fin de año, nosotros hablamos de vigilar y proyectar, mientras demasiados se disponen a celebrar el nacimiento de Jesús como una fiesta semi-pagana, otros anunciamos hoy, que debemos esperar al que está por venir.
¿Tiene sentido celebrar el Adviento?, ¿no es una causa perdida?, ¿no estaremos proponiendo algo fuera de sitio?: “Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre”. La gente se reía y decía: “pinta de llover no tiene”, les faltó visión para darse cuenta de que el tiempo se les venía encima.
Repetir año tras año que estamos en tiempo de esperanza, repetir los mismos ritos, poner las cuatro velas, pronunciar las mismas palabras, nos puede hacer tener la sensación, que todo es lo mismo y seguir pasando al tiempo litúrgico siguiente, sea de epifanía o de cuaresma. Adviento, nos habla de la manera que tenemos de mirar la historia, que se nos presenta en la primera lectura de Isaías: “Caminemos a la luz del Señor”, “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”.
San Mateo, mirando lo que sucede en el presente, en el momento histórico de cada uno y de la sociedad, nos propone lo que es el Adviento: “Estad, vigilantes, porque no sabéis que día vendrá vuestro señor”, “Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. Aún tenemos que esperar en las promesas, es tiempo de ojos abiertos, en este tiempo nace el Señor, pero no es el tiempo, lo que determina la profundidad de estas cuatro semanas, sino el sentido que le damos, el cómo interpretamos lo que ocurre en el mundo y en nosotros.
La liturgia y la historia, no pueden ir por caminos paralelos, eso supone para nosotros los creyentes una esquizofrenia. Por un lado, escuchamos la primera parte de la segunda lectura de la carta a los Romanos: “Daos cuenta del momento que vivís; ya es hora de espabilarse… dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos en pleno día, con dignidad” y por otro, se vive estos días contradiciendo la segunda parte: “Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias”. Una cosa es lo que proclamamos en la Iglesia, en la parroquia y otra lo que vivimos en el ambiente de fuera y no me refiero a las comilonas, sino al darnos cuenta del momento en que vivimos y estar atentos a la dignidad de las personas.
Tenemos un proyecto: el Reino, que es lo que está más allá, que nazca el Reino, que nazca el Hijo del Hombre, en cada uno de nosotros y en el mundo, es lo que estamos esperando. Nadie nos puede robar esto, debemos encontrar signos de unidad, de búsqueda de la paz, de lucha por la justicia, de entrega, de fraternidad…, en este tiempo que vamos a comenzar. El gran pecado, es pensar que no hay nada que hacer, para revertir la historia dominada por el consumo y el individualismo. El Dios que nos nace, en toda la historia de Israel, fue capaz de reconstruir las ruinas, sanar infidelidades, rehacer vasijas estropeadas, rehabilitar huesos secos, hacer nacer vida de un seno estéril, consolar aflicciones, crear corazones nuevos. Negar la posibilidad de que nazca así, abortarlo, no creer en la capacidad de hacerlo todo nuevo, en nosotros y en los demás, es una forma de ateísmo que en estos días florece.
El Adviento, es ésto, mirar a la historia y mirar al cielo, puede que como en tiempo de Noé, algunos nos llamen ingenuos, pero: ¿cómo no hacer algo, con la que está cayendo? No se trata de encerrarnos y defender nuestros intereses o nuestras maneras de vivir, se trata de recuperar el espíritu profético, nuestra forma de afrontar la vida y de ver más lejos de tantas ofertas, que nos seducen estos días. Se trata de mirar los signos de los tiempos.
Julio César Rioja, cmf
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