AMBIENTE NAVIDEÑO
Un matrimonio amigo nuestro acaba de llegar de Dinamarca, donde han pasado unos días para visitar a su hija que trabaja allí. Ya llevan varios años haciendo una visita al país nórdico por estas fechas y cada vez que lo hacen no pueden por menos de venir encantados por un aspecto realmente curioso que siempre destacan, el gran ambiente navideño que se respira en sus calles. Nos comentan que una vez cae la tarde, y allí lo hace bastante más pronto que aquí, las calles se convierten en un colorido de luces, imágenes, sonidos y olores relacionados con la Navidad. La gente pasea por sus aceras y zonas peatonales con un espíritu de alegría, de relación, de convivencia, que les da una sana envidia. Con los niños en lugar preferente. Muchas de sus calles están ocupadas por mercadillos de productos más o menos relacionados con la Navidad, pero que están a rebosar, a pesar del frío, y los que pasean no lo hacen tanto por el ánimo de comprar nada, sino por compartir una charla, ya sea con el encargado del puesto o con algún otro viandante que simplemente está mirando los productos expuestos. Tomarse algo caliente en compañía de otras personas, incluso desconocidas, forma parte de la sociedad danesa en esta época. Compartir un simple rato de tertulia. Nos comentan nuestros amigos que es muy fácil encontrarse en cualquier esquina algún grupo, de todas las edades, cantando villancicos, reuniendo a su alrededor una variopinta mezcla de espectadores, que no solo escuchan, sino que participan en la entonación. Es realmente privilegiado escuchar el Blanca Navidad o Noche de Paz... en danés. Las calles están profusamente iluminadas (será barata la electricidad), se ven árboles navideños de todos los tipos y colores posibles, incluso comentan que empiezan a verse, poco a poco, el típico Belén católico, también muy engalanado y en lugar preferente. Es imposible resistirse a este influjo navideño y, pese a las bajas temperaturas, salir a la calle es casi una obligación. El Espíritu de la Navidad se ve y se palpa. Allí, en Dinamarca, donde la Nochebuena y la Navidad no tienen el significado familiar que, supuestamente, le damos aquí.
¡Qué contraste con lo que ocurre en nuestra tierra! La gente va casi corriendo por la calle, las iluminaciones son de todo menos navideñas, no hay casi mercadillos callejeros, lo de escuchar villancicos por la calle, no por favor, que hace frío y además ya nos los sabemos todos; se compra en los grandes almacenes, donde los artículos están enlatados, sin entablar contacto con el dependiente si no es para pagar. Solo se piensa en la Navidad como una época en que se ha de comprar de todo, haga o no haga falta, una ropa de marca o un aparato tecnológico de última generación, por supuesto. Sin hablar del tema culinario, que eso es aparte. Es un tiempo de exageraciones y gastos sin sentido. ¿Dónde está el compartir un rato de charla con alguien? ¿Dónde están esos padres y madres con sus hijos mirando un Belén o un árbol navideño comentado la circunstancia y su significado, admirando lo que se ve y el esfuerzo de quiénes lo han instalado? Nos hemos vuelto tan asépticos, que cómo no queremos herir otras susceptibilidades renunciamos a nuestra historia, a nuestra cultura, a nuestras raíces, estamos muy ocupados y preocupados por la forma y no por el fondo, el niño Dios nace en un pesebre, con todo lo que ello significa.
¿Dónde está nuestro Espíritu Navideño?
CyJ
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