EVANGELIO Y FELICIDAD
El domingo pasado reflexionábamos sobre el Reino de Dios, un Reino, que debe ser anunciado a todos los hombres. Hoy, ésto se concreta en las Bienaventuranzas, -las pautas para alcanzar la felicidad-, que a su vez, son exigentes. No hay felicidad sin conversión interior y si hay conversión interior, debe haber cambio social. Buscar la felicidad, es una de las ansias principales de los hombres, pero esta palabra tiene muchos significados, según uno sea niño, anciano, joven, adulto, e incluso a la cultura que pertenezca. Los criterios son muy variados y lo que uno considera ser feliz, a otro puede dejarle indiferente.Jesús nos propone una serie de actitudes, para hacer presente el Reino. Unas hacen referencia a nuestro interior: La pobreza en el espíritu, la no violencia, la limpieza de corazón, la misericordia, el hambre y sed de la justicia. El que está lleno de cosas no necesita nada, es verdad, que el dinero no da la felicidad, pero en ocasiones ayuda a ella. El tema por lo tanto, no es la pobreza, que en sí es mala, sino algo más profundo. Se trata de sentirse aprendiz de todo, indigente, peregrino, en actitud de búsqueda, sentirse pobre como hombre, sólo el que se siente así, puede ser llenado de algo. Y se trata de optar por los pobres, a ellos les pertenece el Reino, seremos felices si nos convertimos y compartimos.De esta riqueza interior, vendrá la no violencia y la limpieza de corazón. Es el espíritu de lucha por conseguir algo: el trabajo, el pan, la dignidad, la libertad…; pero sin odios, sin armas, sin mentiras, sin fraude, sin corrupción. Estas dos actitudes, son hermanas de la misericordia (que este año pasado hemos celebrado), que no es otra cosa, que el amor sin límites. Amar siempre, devolver bien por mal, perdonar, no llevar la cuenta. Eso nos producirá hambre y sed de la justicia, como a los antiguos profetas. Nos lo recuerda en la primera lectura Sofonías: “Buscad la justicia”.Pero estas posturas interiores, no pueden ser tales, sino en relación con lo social, lo comunitario. Por eso, las siguientes Bienaventuranzas: los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia, los que sean insultados y calumniados por su causa. Ningún hombre, puede sentirse feliz en medio de esclavos y menos aún haciendo esclavos, o viviendo y viendo a su alrededor el odio y la guerra. La teoría es fácil y hermosa. La práctica, es mil veces más bonita, pero infinitamente más difícil. Hay una paradoja; todo: la persecución, el insulto, el trabajo, la calumnia, el dolor…, pueden ser motivo de felicidad. Si desde la fuerza interior, de la que hablábamos en las primeras bienaventuranzas, se da sentido a la existencia, mirando más allá, a la comunidad y convirtiendo a las personas concretas, en el centro del gran ideal del Reino.San Pablo, en la segunda lectura de hoy a los Corintios, nos dice: “Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios”, “ Aún más, ha escogido a la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en la presencia del Señor” . Es un detalle importante, cualquiera: un dirigente obrero, uno de la plataforma de la PAH, las abuelas tan fieles… En cualquier conversación, con nombres y palabras aparentemente pobres, podemos distinguir la presencia del Reino.¿Alguna vez se nos anunció un evangelio más hermoso? Es el evangelio de la felicidad, a la que hemos sido llamados. Saquemos las consecuencias y vivamos en la libertad de los hijos de Dios. De las bienaventuranzas se desglosará toda la Doctrina Social de la Iglesia: el bien común, el destino universal de los bienes, la participación, la primacía de la persona, la paz, la subsidiaridad, en definitiva, el buscar que el evangelio se cumpla en nuestras vidas. Ser feliz implica estas cosas.
Julio César Rioja, cmf
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