LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS
El Evangelio de hoy trata del tema de el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús. Un buen momento para reflexionar que el camino a la aldea de Emaús es un camino de ida y vuelta para todos nosotros. Una experiencia en dos fases: la palabra y la fracción del pan. Dos amigos han perdido la fe y la esperanza en Jesús. Ellos esperaban que fuera la liberación de Israel, se habían comprometido con su persona, pero su muerte en la cruz los ha descolocado. ¿Qué hacer? Quizá, en su lugar, nos hubiera pasado lo mismo, quizá nos pasa hoy en día. Hay una cosa que los discípulos no han perdido, su amor a Jesús. Hecho de entrega, admiración y amistad.
Cuando se encuentran con él, Jesús toma la iniciativa. Desde siempre, desde Adán el hombre ha sido buscado por Dios. Tras los momentos de duda de ambos, Jesús se les pone a tiro, conversa con ellos, esta conversación es un modelo de catequesis, los interpela, los mete en su problemática, los deja hablar y que se desahoguen. Luego los ilumina y los enciende, mientras explica las Escrituras, con lenguaje claro, de choque; estaban tan hundidos y apagados que necesitaban un revulsivo. Recuperan la ilusión, no lo han reconocido aún, pero lo sienten, están tocados por su palabra. Hoy muchas personas reconocen las Escrituras, pero no tienen fe reconocida.
Jesús acepta la invitación agradecida de los discípulos para quedarse a cenar. Quédate con nosotros, que la tarde está cayendo. Y sentado a la mesa con ellos vuelve a repetir la Eucaristía, los mismos gestos, las mismas palabras y lo reconocen. Nosotros debemos reconocer a Jesús en cada Eucaristía, en los gestos relacionados con la comunidad, la solidaridad, el partir el pan.
Para acabar como los discípulos de Emaús, que se llenaron de alegría y salieron corriendo a dar la noticia; la fe es contagiosa, la luz no se puede esconder.
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