EVANGELIO
NO TODO VALE
En nuestra lectura del Evangelio de hoy, según San Lucas 13,22-30, Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha
no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes
religiosos. Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas “enseñando”. Hay algo
que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a
todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón.
Su
mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar
de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En
los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a
recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia
una relajación religiosa y moral inaceptable?
Según
Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los
que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿sólo los
justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber
cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para
acoger la salvación de ese Dios Bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta
estrecha».
De
esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una
invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se
recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el
privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente
haber conocido al Mesías.
Para
acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre,
confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como
vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y
su justicia».
Para
entender correctamente la invitación a «entrar
por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que
podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo
soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la
puerta estrecha es «seguir a Jesús»;
aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha
resucitado.
En
este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al
amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino
amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia,
pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede
cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario