HISTORIA DE UN MENDIGO
Un día un hombre contó una historia que nos puede dar una diferente perspectiva de la vida:
Un día, caminando por
el parque, pensaba qué podría pedir para mi cumpleaños. En eso vi a un mendigo
sentado, viendo las palomas. Me pareció curioso que con ese aspecto abandonado
mirara esas palomas con una sonrisa tierna y alegre…
Yo me sentía dichoso y
completo, pues estaba orgulloso de mi vida, no me faltaba nada: tenía un buen
trabajo que me dejaba mucho dinero, con lo que cubría las necesidades y hasta
los caprichos míos y de mi familia. Tenía unos hermosos hijos. En fin, gracias
a mis horas de trabajo, no nos faltaba nada, nada….
Me acerqué a aquel
vagabundo y le pregunté: “Disculpe… quisiera preguntarle algo”.
El hombre me miró sin
decir palabra, pero con su sonriente rostro mudo me decía “Usted dirá…”
Pregunté: “¿Qué
pediría si hoy fuese su cumpleaños?”
Yo ya imaginaba su respuesta:
dinero; lo cual me permitiría sentirme muy satisfecho al darle un par de
billetes y haber hecho mi buena acción del año…
Me fui de espaldas al
escuchar su respuesta:
“Mire, si pidiera algo
más de lo que ahora tengo, sería terriblemente egoísta. Yo ya he tenido de todo
lo que un hombre necesita en esta vida, y mucho más.
Vivía con mis padres y
un hermano, antes de perderlos a todos en un trágico accidente. Tanto mi padre
como mi madre eran personas maravillosas que se desvivían por darme todo el
amor que podían. Cuando los perdí sufrí mucho. Pero entendí que hay otras
personas que nunca tuvieron el amor de sus padres, y me sentí agradecido con la
vida.
Cuando era jovencito
me enamoré de una bella niña de mi barrio. Cuando crecimos, un día nos dimos un
beso, con gran ternura y delicadeza. El amor crecía, pero un día su familia y
ella se mudaron de ciudad. Mi corazón sufrió terriblemente. Pienso en esas
personas que nunca han conocido ese amor tan limpio, y me siento agradecido por
haberlo vivido.
Recuerdo un día en que
un niño, se tropezó, dándose un fuerte golpe. El pobre niño lloraba. Me acerqué
para ayudarlo, y jugué con él unos instantes para distraerlo. Fueron sólo unos
minutos, pero me sentí padre de ese niño, y fui feliz porque hay hombres que
aunque tienen hijos no saben lo que se siente ser padre… Cuando siento frío y
hambre, recuerdo la sabrosa comida que mi madre nos preparaba, y el calor de
nuestra casita; pienso que hay tantos que nunca lo han tenido.
A veces alguna persona
me regala una pieza de pan. Yo lo agradezco, y busco a alguien para
compartirlo, porque el placer de compartir, es algo muy grande, y créame, hay
tanta gente que aunque tengan muchas cosas, nunca saben lo que es compartir.
Así que, ¿qué más
podría pedirle yo a la vida si ya lo he tenido todo? Como aquellas palomas…
¿Qué necesitan ellas? Lo mismo que yo: ¡Nada! Estamos muy agradecidos al cielo
por regalarnos la vida y nos permite disfrutarla”
Sus palabras quedaron
resonando en mi interior. Me quedé inmóvil, pensando en esas sabias palabras
que me habían abierto los ojos, ahora llorosos. Me invadió un arrepentimiento
enorme de cómo había caminado por la vida, sin haberla realmente vivido… Yo no
era muy creyente, pero pienso que aquel hombre era un Ángel que, disfrazado de
mendigo, había sido enviado para traerme el más preciado regalo de cumpleaños:
La humildad.
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