EL PESIMISMO
Hoy transcribimos esta interesante reflexión de una madre.
No creo que sea la
única mamá que le dice a su hija preadolescente lo privilegiada que es al vivir
en esta época. Entre infinidad de trivialidades, le recuerdo que yo no tenía
internet para facilitarme la vida a la hora de hacer tareas, no tenía celular
para chatear con mis amigas y para completar solo teníamos dos canales en la
televisión. Pero la realidad es que aunque mis palabras dicen una cosa, mis
sentimientos reales son muy diferentes.
Sinceramente pienso,
como muchos adultos mayores, que el tiempo pasado fue mejor. Pero no por la
nostalgia de una vida más pausada y sencilla, ni siquiera porque los hijos
respetaban incondicionalmente a sus papás. Tampoco porque añore la ‘inocencia’
que era innata al no estar bombardeados por la información permanente.
Considero que los jóvenes
de hoy tienen una gran desventaja frente a los de generaciones pasadas porque
en casi todos los aspectos de la vida se han vuelto incrédulos, cínicos y
tristemente escépticos. Las ilusiones son cada vez más escasas y las
expectativas, por lo general, son negativas.
Por citar solo algunos
ejemplos, un gran número de jóvenes no creen en el matrimonio ni mucho menos en
el amor. ¿Para qué casarse si después se ‘tienen’ que divorciar? No contemplan
la posibilidad de que una relación de pareja puede durar eternamente si se
comprometen y le trabajan a mantener los ingredientes esenciales para su éxito:
honestidad, comunicación, respeto y lealtad.
Lamentablemente
piensan que no pueden entregarle el corazón a nadie porque muy seguramente en
algún momento van a ser heridos o abandonados.
Si hablamos de
política, es aún más evidente el desasosiego. Estoy segura de que usted ha
escuchado a más de uno decir “para qué votar o para qué involucrarse en los
temas del país si todos los políticos son corruptos y en este país solo ganan
los ladrones. ¡Nada va cambiar!”
Muchos se sienten
derrotados sin ni siquiera haber intentado. Se han resignado a pensar que como
estamos, estamos mal pero no hay nada qué hacer.
La espiritualidad y la
paz interior que considero que conlleva, ha sido remplazada por un realismo
contundente.
Les queda muy difícil
entender que la fe no se compra, no se ‘googlea’ y no viene en forma de un
‘suplemento vitamínico’. Si no lo ven, no existe.
Aunque confieso que
para mí es una lucha permanente mantener el positivismo en este caos en el que
vivimos, sí creo que como padres debemos hacer nuestro mejor esfuerzo por
recordarles a nuestros hijos que las posibilidades son infinitas y que pueden
ser maravillosas. Aunque ellos sientan que las generaciones pasadas se
‘tiraron’ todo, ellos tienen el futuro en sus manos.
Hay que incentivarlos
a soñar con lo que parece imposible y que trabajen duro para conseguirlo.
Seamos cuidadosos de no contagiarlos con nuestras actitudes derrotistas,
recordémosles que son sus expectativas las que generan sus realidades.
Enseñémosles que aunque no podamos cambiar el mundo de un sopetón, sí podemos
cambiar nuestra actitud.
Alexandra Pumarejo
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