ENCENDER EL FUEGO
Son bastantes los cristianos que, profundamente
arraigados en una situación de bienestar, tienden a considerar el cristianismo
como una religión que, invariablemente, debe preocuparse de mantener la ley y
el orden establecido.
Por eso, resulta tan extraño escuchar en boca de Jesús
dichos que invitan, no al inmovilismo y conservadurismo, sino a la
transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en
el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo… ¿Pensáis que he venido a traer al mundo
paz? No, sino división».
No nos resulta fácil ver a Jesús como alguien que trae
un fuego destinado a destruir tanta mentira, violencia e injusticia. Un
Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera radical, aun a costa de
enfrentar y dividir a las personas.
El creyente en Jesús no es una persona fatalista que
se resigna ante la situación, buscando, por encima de todo, tranquilidad y
falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual orden de cosas, sin
trabajar con ánimo creador y solidario por un mundo mejor. Tampoco es un
rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para asumir él mismo
el lugar de aquellos a los que ha derribado.
El que ha entendido a Jesús actúa movido por la pasión
y aspiración de colaborar en un cambio total. El verdadero cristiano lleva la
«revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de estado», cambio
cualquiera de gobierno, insurrección o relevo político, sino búsqueda de una
sociedad más justa.
El orden que, con frecuencia, defendemos, es todavía
un desorden. Porque no hemos logrado dar de comer a todos los hambrientos, ni
garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera eliminar las guerras o
destruir las armas nucleares.
Necesitamos una revolución más profunda que las
revoluciones económicas. Una revolución que transforme las conciencias de los
hombres y de los pueblos. H. Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el
que la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la
crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien sigue a Jesús, vive buscando ardientemente que
el fuego encendido por él arda cada vez más en este mundo. Pero, antes que
nada, se exige a sí mismo una transformación radical: «solo se pide a los
cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución» (E.
Mounier).
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