Dificultades y beneficios de la oración conyugal
Dificultades
Aún dentro de los mismos hogares cristianos, se encuentran
individualistas impenitentes. Un marido escribe: «Jamás he sentido necesidad de
unirme con mi mujer para rezar al Señor, ni en seguida de nuestro casamiento,
ni estando preso, ni a la vuelta, ni ahora.» Raras son las oposiciones tan
deliberadas. Muchos rehúsan esta oración, sencillamente porque la desconocen.
Es cierto, con todo, que algunos temperamentos sienten mayores dificultades que
otros para manifestar su vida interior
Otros invocan la divergencia de espiritualidad. Un matrimonio
estuvo a punto ---precisamente por esto - de abandonar su oración conyugal: «Mi
marido, escribe la mujer, se educó con los jesuitas; yo con los dominicos. Y
pensábamos que, por esto, no podríamos llegar a una verdadera unidad espiritual
¿Sabéis lo que les ha pasado? ¡Llegaron los hijos! Y estos les han llevado de
la mano a redescubrir a Dios, y ya no a un dios dominicano o jesuítico, sino
sencillamente a Dios.
Espiritualidades diferentes que se ponen de acuerdo pueden
lograr una armonía más rica que una absoluta identidad de puntos de vista
religiosos.
Beneficios
Los que tienen suficiente fe y entusiasmo para triunfar de
las dificultades no tardarán en experimentar los beneficios de la oración
conyugal
Sería engañoso, digámoslo, justificar la oración conyugal
ante todo por sus efectos provechosos: cuando los cristianos rezan tiene que
ser, lo primero, para honrar, al Señor. ¿No ha dicho Cristo que, si se
busca primero el Reino de Dios, todo lo demás se dará por añadidura?
Escribe un matrimonio belga: «Nosotros rezábamos por
alabar al Señor y el Señor nos ha hecho, de golpe, un magnífico regalo: al formular
en alta voz nuestra oración más íntima, nos hemos comunicado, el uno a la otra,
el fondo mismo de nuestra alma y la más secreta impulsión de nuestra vida
interior. Basta haber practicado, aunque sea por poco tiempo, la plegaria conyugal,
para poder decir que, gracias a ella, a menudo tras muchos años de matrimonio,
se descubre el alma del otro cónyuge, y los movimientos y las aspiraciones de
su vida interior. Se aprecia todo el valor de este
descubrimiento cuando se admite que el conocimiento profundo
de una persona es la, primera condición de la estima y del amor verdadero.»
Otro beneficio, pariente próximo de los anteriores: la
oración conyugal se presenta como uno de los grandes factores de la unidad
espiritual e incluso de la unidad, a secas, entre los esposos. Un joven
matrimonio escribe: «La oración conyugal ha forjado nuestra alma común.» Muchos
hogares veteranos podrían decir lo mismo; y estoy convencido, por mi parte, de
que determinada calidad de unión, de intimidad entre los esposos, no 1a
conseguirán jamás los que omiten esta práctica.
Añadid que la plegaria conyugal es el gran estimulante de la vida
cristiana personal.
Quiero referirme a la fecundidad espiritual del hogar. Se dan
esposos maravillosamente radiantes: su vida encanta a los que les rodean. A
veces tienen la alegría de escuchar a un incrédulo que les confía su deseo de
conocer mejor a ese Cristo, descubierto en su casa. A no dudarlo, la plegaria
conyugal tiene mucho que ver con esta fecundidad apostólica.
¿Cuál es, pues, el secreto de todas éstas ventajas de la
oración conyugal? No dudo al responder: el sacramento del matrimonio, del que ella
es el «tiempo fuerte».
Cuatro frases que son de otros tantos matrimonios diferentes:
«En la oración conyugal es como si nos casáramos de nuevo.» «Es una
prolongación de nuestro sacramento del matrimonio.» «Una de sus razones de ser
es que mantiene en nosotros la gracia del matrimonio.» Y, en fin: «Es como si,
todas las tardes, nos volviéramos a decir el «Sí» sacramental.» Aquí late
excelente teología.
Pare terminar esta primera parte del capítulo sobre la
oración conyugal, permitidme una palabra para las viudas. Vosotras, cuyo
compañero de camino ha sido ya llamado por el Señor ¿os entristecéis cuando
evoco esta unión de los esposos en la oración? ¡No! Porque yo sé que, también
para vosotras, la oración conyugal es una gran realidad: no estáis solas cuando
rezáis; otro, que ve a Dios y canta su gloria, os ayuda y presenta al Señor
vuestras penas, vuestros trabajos, vuestra vida entera. Una de vosotras me lo
escribió un día: «Ahora el oficio de mi marido es la adoración y la alabanza;
por eso la mitad de mi alma es un «Sanctus» perpetuo, una incesante
contemplación.»
Extracto
del libro El Matrimonio ese gran
Sacramento, de Henri Caffarel
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