EL ÁRBOL DE LA VIDA
Estamos en Cuaresma, un tiempo litúrgico en el que se confrontan la muerte y la vida. Ya desde el Génesis, Dios sopla y “convierte al hombre en un ser vivo” y lo “plantó en un jardín en Edén” rodeado de árboles hermosos y además el “árbol de la vida, en mitad del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal” y les dijo: “No comáis de él ni lo toquéis bajo pena de muerte”. La serpiente: “replicó a la mujer: no moriréis, seréis como Dios”, “comió y ofreció a su marido, que también comió”, “entonces se dieron cuenta de que estaban desnudos”. Eligieron entre la muerte y la vida, es el drama del hombre.
Buscamos la vida, pero nos dejamos tentar por la muerte, parece un contrasentido, pero basta leer o escuchar cada mañana la radio o el periódico, para darnos cuenta que proclamamos la vida y no cuidamos el medio ambiente, vendemos armas o dejamos que el hambre asole a millones de personas. Pero nuestra lucha, no es sólo una lucha social o externa, también es una lucha que se plantea en nuestro interior, aspiramos a ser fieles a nuestros ideales, a vivir coherentemente y en demasiadas ocasiones traicionamos o no vivimos, según aquello que consideramos, que es lo que nos hace personas, hombres.
Jesús tiene este mismo dilema, que se plasma en el Evangelio de hoy. A todo hombre, y Jesús era hombre, le gusta el prestigio, la fama, la comodidad, sentirse dueño de las cosas, poseer, mandar… es difícil plantarse a lo que aparece ante el mundo, como el verdadero rostro de la vida. Cómo decir lárgate, a esa propuesta que se le presentó a Eva, para ser como Dios, y seguir a alguien, que nos propone ser los más pequeños, para ser los más importantes. Morir para dar vida, menguar para crecer. Parece ir contra nuestro ser, acostumbrados como estamos, más a las facilidades que a las responsabilidades, al pan tasado que a la libertad de escoger.
La verdadera tentación, es no cumplir el proyecto que Dios tiene sobre nosotros, ésta fue la tentación de Jesús, que le acompañó toda la vida, incluso hasta antes de morir. Caer en ella es morir a lo que debemos ser, a nuestras esperanzas, a la misión que tenemos en el mundo. No tenemos un Dios que nos libre de los riesgos de la vida, nosotros sabemos que nuestro Dios, nos ha puesto aquí para ser nosotros mismos, hasta el final de nuestros días. Jesús que es el hombre nuevo, el nuevo Adán, es el que nos marca el camino y nos descubre las trampas, que nos llevan a la muerte.
Nos dice el Papa Francisco en el Mensaje para la Cuaresma 2017: “Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua”.
La verdadera tentación, está más allá de las puertas del templo: abandonar cuanto aquí nos hemos propuesto, para servir a los criterios de moda, despedirnos de los hermanos, para olvidarnos de ellos a los pocos minutos, dejar una limosna para los pobres y seguir practicando la injusticia. Por eso, tenemos que seguir meditando la Palabra durante todo este tiempo de Cuaresma y no perder nuestra esperanza final: conseguir la auténtica vida.
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