MEDITACIÓN (I)
La oración mental o
meditación es, más que conveniente, necesaria para el progreso de la vida espiritual.
Ya decía San Alfonso María de Ligorio que "el pecado puede existir en
nosotros junto a otros ejercicios de piedad, pero no pueden cohabitar la
meditación y el pecado: o el alma deja la meditación o deja el pecado".
El amigo busca al
amigo. Nuestra relación con Dios se establece por el ejercicio de las virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad. Son ellas las que deben establecer esa
divina comunicación "con quien sabemos que nos ama" (Santa
Teresa). Por ello la meditación no exige técnicas depuradas, aun cuando éstas
nos puedan ayudar. "Si amáramos a Dios, la oración nos sería tan
natural como la respiración" (San Juan María Vianney). Los antiguos
monjes se unían a Dios por la repetición afectuosa de jaculatorias. Con todo,
durante unos días pasaremos algunos consejos prácticos para comenzar.
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