EL AMOR NO DEBE NACER EN LA ARENA DE LOS SENTIMIENTOS QUE VAN Y VIENEN, SINO EN LA ROCA DEL AMOR VERDADERO, EL AMOR QUE VIENE DE DIOS

(Papa Francisco)

viernes, 15 de noviembre de 2013

HOY ES...

SAN ALBERTO MAGNO


Este santo fue sacerdote O.P., obispo, teólogo, Doctor de la Iglesia, geógrafo y filósofo. Gran representante de la química y un auténtico sabio de la ciencia medieval. Fue, a la vez, gran ejemplo de humildad y pobreza. Patrono de los estudiantes de ciencias químicas, ciencias naturales y ciencias exactas.
Aprovechando la festividad de este santo, vamos a hablar de lo que él indicaba como LAS TRES PLENITUDES, que existen en el género humano.
Par este santo, las tres plenitudes son: la plenitud del vaso, que retiene y no da; la del canal, que dan y no retinen; y la de la fuente, que crea, retiene y da. Vamos a estudiar cada una.
Efectivamente, hay, muchos HOMBRES-VASO. Son gentes que se dedican a almacenar virtudes o ciencia, que lo leen todo, coleccionan títulos, saben cuanto puede saberse, pero creen terminada su tarea cuando han concluido su almacenamiento: ni reparten sabiduría, ni alegría. Tienen, pero no comparten. Retienen, pero no dan. Son magníficos, pero magníficamente estériles. Son simples servidores de su egoísmo.
También hay HOMBRES-CANAL; es la gente que se desgasta en palabras, que pasa la vida haciendo y haciendo cosas, que nunca rumia lo que sabe, que cuanto le entra de vital por los oídos se le va por la boca, sin dejar pozo dentro. Padecen la neurosis de la acción, tiene que hacer muchas cosas y todas deprisa, creen estar sirviendo a los demás, pero su servicio es, a veces, un modo de calmar los picores del alma. Hombres-canal son muchos periodistas, algunos apóstoles, sacerdotes o seglares. Dan y no retienen. Y después de dar se sienten vacíos. 
Qué difícil es encontrar HOMBRES-FUENTE; personas que dan de lo que han hecho sustancia de su alma, que reparten como las llamas, encendiendo la del vecino sin disminuir la propia porque recrean todo lo que viven y reparten todo cuanto han recreado. Dan sin vaciarse, riegan sin decrecer, ofrecen su agua sin quedarse secos. Cristo debió ser así. Él era la fuente que brota inextinguible, el agua que calma la sed para la vida eterna. Nosotros-¡ah!- tal vez ya haríamos bastante con ser uno de esos hilillos que bajan chorreando desde lo alto de la gran montaña de la vida.

Escrito de José Luis Martín Descalzo

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