LA OLLA
Cuando Francisco de Borja, duque de Gandía, entró al noviciado
de los jesuitas, desempeñó con ejemplar humildad oficios muy humildes, como el
de ayudante del cocinero. Pero en él se cumplió lo que dijo el Cura de Ars:
“¿Saben cuál es la primera tentación del demonio a una persona que ha comenzado
a servir mejor a Dios? Es el respeto humano”.
Se cuenta, que salió una vez de la casa religiosa con una olla
para dar de comer a los pobres. De pronto se encontró con su hijo, el Duque de
Gandía, que venía por la calle con un lujoso acompañamiento. Sin quererlo, de
improviso, sintió vergüenza de que lo vieran. El respeto humano lo atacó al
pensar qué dirían aquellas gentes al verlo así... Y escondió con disimulo la
olla. Pero en cuanto cayó en la cuenta de su cobardía, se avergonzó, sacó la
olla de debajo de su manto y se la puso en la cabeza. Pasó así junto al caballo
de su hijo y a éste, así como a algunos de sus acompañantes, se les salieron
las lágrimas y quedaron edificados al ver la humildad de su antiguo señor.
Desde entonces, nunca más lo asaltó el respeto humano y despreció siempre al
mundo. Así lo aseguran sus biógrafos.
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