ACCIÓN
El
padre Arrupe, que fue general de los jesuitas, cuenta que en 1945 vivía en
Hiroshima en el momento en que cayó la bomba atómica sobre la ciudad. Acababa
de celebrar la misa, cuando una luz cegadora redujo a cenizas la ciudad y, en
pocos minutos, dejó más de 200.000 entre muertos y heridos. Nadie entendía
nada. Su primera reacción fue ir a la capilla para pedir ayuda a Dios.
Dice
el sacerdote: "Por todas partes, muerte y destrucción. Nosotros,
aniquilados por la impotencia. Salí de la capilla y la decisión fue inmediata:
Haríamos de la casa un hospital. Me acordé de que había estudiado medicina.
Años lejanos ya, sin práctica posterior, pero que en aquellos momentos me
convirtieron en médico y cirujano. Fui a recoger el botiquín y lo encontré en
ruinas, destrozado, sin que hubiera en él aprovechable más que un poco de yodo,
algunas aspirinas, sal de frutas y bicarbonato"
Pero
en aquel hospital, que no era hospital, y con el médico, que no era médico, se
aliviaron muchos dolores, fueron suavizadas muchas muertes y curados no pocos.
Hicieron lo que pudieron. En todo caso, mucho más de lo que hubieran hecho, si
sólo se hubieran lamentado.
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