LOS PEQUEÑOS SERMONES
La
anécdota de san Francisco de Asís que ofrecemos hoy puede iluminarnos mucho
acerca de cómo podemos influir poderosamente en nuestro ambiente por medio de
nuestras actitudes, gestos y acciones. Los que están a nuestro alrededor
recepcionan todo lo que hacemos y pueden recibir de nosotros invitaciones al bien
o al mal, a la alegría o a la tristeza, a la generosidad o al egoísmo.
En
un día lleno de sol san Francisco de Asís invitó a un fraile joven a que lo
acompañara a la ciudad para predicar. Se pusieron en camino y recorrieron las
principales calles, devolviendo amistosamente el saludo a quienes se acercaban.
De vez en cuando se detenían para acariciar a un niño o para hablar con alguno.
Durante todo el paseo san Francisco y el fraile mantuvieron entre ellos una
animada conversación. Después de haber caminado durante un largo rato, el
fraile joven pareció inquieto y le preguntó a san Francisco dónde y cuándo
comenzarían su predicación. —Hemos estado predicando desde que atravesamos las
puertas del convento —le replicó el santo—, ¿no has visto cómo la gente
observaba nuestra alegría y se sentía consolada con nuestros saludos y
sonrisas? ¿No has advertido lo alegres que conversábamos entre nosotros,
durante todo el paseo? Si estos no son unos pequeños sermones, ¿qué es lo que
son?
Jesús
en el Evangelio nos invita a ser luz en nuestro ambiente: “Así debe brillar
ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean
sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo, 5, 17).
Animamos a introducir en nuestra vida estos “pequeños sermones” para volver más
luminoso nuestro mundo.
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