UN MAGNÍFICO PERRO
Jorge
Manrique dejó unas famosas coplas, donde señala que la muerte no perdona a
nadie: rico o pobre, letrado o ignorante, rey o plebeyo: “Nuestras vidas son
los ríos que van a dar en la mar que es el morir; allí van los señoríos
derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros,
medianos y más chicos, allegados son iguales los que viven por sus manos y los
ricos”. Lee esta pintoresca fábula campera de Godofredo Daireaux.
Un
magnífico perro, de gran precio, había muerto en la estancia, y su amo, para
perpetuar su memoria, le hizo edificar un soberbio sepulcro a donde lo llevaron
en solemne procesión. Al ver pasar el acompañamiento, en el cual figuraban
todos los animales de la estancia, el cuis, que es pobre y vive como puede en
su miserable cuevita, siguió también, de curioso y no sin sentir cierta envidia
hacia esos ricos que, aun muertos, parecen otra cosa que la demás gente. Pero
cuando lo hubo visto encerrar en el monumento aquel, volvió, curado ya de
envidia, a su casa, pensando con razón que más vale un pobre cuis en su
miserable cueva, que cualquier perro rico en su bóveda de gran lujo.
Pensar
en la muerte es valioso, si te impulsa y motiva a vivir con sabiduría e
intensidad. La vida del buen cristiano es un confiado caminar hacia la Casa del
Padre, y la muerte es la puerta. Junto a ella está esperando Dios Padre para
introducirnos en la eterna fiesta de su inmenso corazón. En una lápida se leía:
“Vive moriturus”, vive como quien debe morir.
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