EL AMOR NO DEBE NACER EN LA ARENA DE LOS SENTIMIENTOS QUE VAN Y VIENEN, SINO EN LA ROCA DEL AMOR VERDADERO, EL AMOR QUE VIENE DE DIOS

(Papa Francisco)

domingo, 8 de mayo de 2016

HOY... EL EVANGELIO

ASCENDER


Tocar el cielo, ascender, es una aspiración de todo ser humano. La verdad es que no sabemos muy bien que añade la fiesta de la Ascensión a la Resurrección. Incluso en su relato los evangelistas no se ponen de acuerdo y alguno ni lo cuenta, por ejemplo San Juan. La intención no parece ser contar un hecho científico o algo histórico, lo que quiere trasmitirnos es algo más profundo que intenta tocar el misterio de la vida y que hace referencia a la fe. Es la capacidad de trascenderse de toda persona, lo que se nos presenta aquí.
Ascender no es lo mismo que trepar, la mayoría de nuestros padres lo expresaban con aquello de: “que mis hijos sean más que yo”, pero no falta quien lo entiende como pasar por encima de todos o crecer menguando a los demás. Ascender es bajar, increíble paradoja, que nos invita a ser servidores, a entregarnos, a defender la vida de los más pequeños, a ser personas para los demás, y eso es crecer. Es esto lo que permite al hombre ser distinto y superar la pesadez de una vida anclada en la tierra y en el fango, es lo que le permite mirar al cielo, volar (recuerden el mito de Ícaro).
La Ascensión completa la Resurrección, Jesús culmina su proceso, viene del Padre y vuelve al Padre, viene del amor y vuelve al amor, nos muestra el camino del Hombre Nuevo, para llegar un día al Reino. Esto es lo que estamos llamados a ser, hombres plenos, que teniendo los pies en la tierra, siendo solidarios como decía el Concilio Vaticano II: “Con los gozos y esperanzas de la humanidad, con sus angustias y tristezas” (G S nº1), son capaces de soñar, de marchar a una nueva manera de vivir. A completar aquello para lo que fuimos creados, ser imágenes de Dios, en esta peregrinación que consiste en volver a la casa del Padre, ir más allá de nuestra carne (recordar el Juicio Final en este año de la Misericordia)y trascenderse.
No es cuestión de quedarse “plantados mirando al cielo”, es también tiempo de estar atentos a los clamores que ascienden hasta el cielo desde la tierra, en los gritos y angustias de muchas personas que extienden sus manos a lo alto, implorando salvación. La conclusión es clara: la razón de ser de la Iglesia y de nuestras comunidades en el mundo, no es otra que proclamar el Reino de Dios a todos los hombres y pueblos. Parece sencillo, pero no consiste sólo en buenas palabras, sino confirmar la Palabra con los signos que la acompañan, hacer presente con palabras y hechos la realidad del Reino.
Para subir, antes hemos tenido que bajar: “que él nos de la sabiduría y la revelación para conocerlo, ilumine los ojos de nuestros corazones, para comprender la esperanza a la que nos llama, la riqueza de su gloria y su extraordinaria grandeza”, nos dice la segunda lectura a los Efesios. Pues que así sea.

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