ACCIONES DE MISERICORDIA
Aquí hay varias situaciones en las que yo misma tengo
que practicar mi misericordia y aprender a morderme la lengua (y otras
situaciones en las que me arrepiento no haberme callado):
- Cuando tengo que decir la última palabra. Bien sea
una pequeña riña familiar sobre a quién le toca hacer una tarea o bien un
debate político en Internet, lo cierto es que rara vez sé cuándo parar. Pero en
esto del amor y la misericordia no hay un marcador donde se vayan contando
puntos (si no, ¿hasta dónde llegaríamos los pecadores?). Nadie (y nadie es
nadie) tiene siempre el 100 por cien de la razón, y las cosas sobre las que
debatimos rara vez son realmente significativas. No existe el calificativo de
‘buen perdedor’ por accidente; el que pierde y mantiene la compostura hace gala
de gracia y bondad.
- Cuando me entero de un cotilleo jugoso. El papa
Francisco califica el entusiasmo por el chismorreo como una “alegría oscura”,
sobre todo cuando concierne a alguien que no nos gusta demasiado. Tengo que
confesar que hablar sobre chismes me tienta tanto como el chocolate negro. Pero
efectivamente, hablar mal de las personas o divulgar falsos rumores es como
arrojar una cerilla encendida sobre campo seco. Una célebre anécdota relata que
san Felipe Neri, aconsejando a un hombre que gustaba mucho del alcahueteo, le
presentó la analogía de rajar una almohada de plumón en pleno vendaval y luego
intentar recuperar todas las plumas esparcidas por doquier. Es tan imposible
como imposible es medir las consecuencias de nuestros cotilleos. Morderse la
lengua chismosa supone también no escuchar ni leer los chismorreos que me
rodean.
- Cuando me siento más lista que los demás. Me crie en
ese tipo de familia irlandesa donde el amor se expresa a través del sarcasmo.
Con cada provocación maliciosa nos endurecíamos como el hierro se endurece en
acero. Mi ingenio tiene un toque ácido, aunque sin maldad, pero que me ha
pasado factura en mis relaciones con los demás. En la comedia shakespiriana
“Mucho ruido y pocas nueces”, los amantes pendencieros se consumen mutuamente a
golpe de burla. “¡Oh Dios!”, exclama Benedicto (muy versado siempre en el arte
del sarcasmo) en relación a Beatriz: “He aquí, señor, un plato que no es de mi
gusto: no puedo tragar a esta señora Lengua”. Puede que sea demasiado tarde
para mí como para no comer de ese plato, pero sí puedo tratar de negarme a
probar el sarcasmo diariamente con todas las salsas que encuentre.
- Cuando lo que intento es ayudar a los demás, ¡caray!
Es una trampa en la que muchos de nosotros caemos: nos precipitamos a responder
al silencio o la tristeza o la necesidad de los demás con una riada de consejos
que nadie nos ha pedido. Sin embargo, en la mayor parte de las situaciones de
este tipo, la verdadera ayuda consiste en callarse y escuchar, ser una
presencia receptiva, silenciosa y misericordiosa. En vez de esto, a menudo
respondo en Internet con hipervínculos a webs de medicina, sugiero un
psicoanalista aficionado o (aún peor), cuento anécdotas sobre mi vida para
explicar que mi experiencia es mucho peor. Todas estas respuestas son una falta
de respeto hacia la persona que a la que intentaba ayudar. Tal vez no me
vendría mal tener una notita en mi despacho que me recordara callarme y rezar.
Sí, yo, ahora mismo.
Durante este año de la misericordia, y espero que
también después, voy a intentar estar más atenta y morderme la lengua cuando
sea necesario, por el amor misericordioso. ¿Rezaríais conmigo por este
propósito? Sí, ahora mismo.
© Joanne Mc Portland (Aleteia)
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