EL AMOR NO DEBE NACER EN LA ARENA DE LOS SENTIMIENTOS QUE VAN Y VIENEN, SINO EN LA ROCA DEL AMOR VERDADERO, EL AMOR QUE VIENE DE DIOS

(Papa Francisco)

domingo, 30 de abril de 2017

HOY... EL EVANGELIO (Lc 24, 13-35)

VER EN EMAÚS



No sabemos ver a Jesús Resucitado, como les pasa a los dos discípulos de Emaús. Vamos por el camino de la vida, con una mentalidad miope, pensando en nuestros problemas, en nuestras esperanzas e ilusiones fracasadas. Cuando un desconocido se acerca a nuestro caminar, es un buen momento para hablarle de nosotros, lo de Jesús el Nazareno, una vez muerto, parece perder sentido: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió ésto”. Muchas veces decimos buscar al Maestro, pero a los que nos buscamos es a nosotros mismos.

Por eso, el desánimo con el que miramos la vida, los quejidos constantes, nuestro alejarnos de la comunidad y volver a lo nuestro, la actitud cobarde… Nos hacen imposible reconocer en aquel peregrino, al Resucitado. Para verlo, hay que salir de nuestro ego, mirar al hombre que se cruza a nuestro paso, que está cerca de nosotros, el que no ve a su prójimo, no puede ver a Jesús. Hablamos demasiado y escuchamos poco, sólo cuando se callaron y empezaron a escuchar al compañero de camino, se abrió su corazón.

Comienza con dureza: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su gloria?”. Les comenzó a recordar las Escrituras, necesitamos volver a las fuentes, para no crearnos un Jesús a nuestra medida. ¿Cuántas veces después de escuchar el Evangelio o celebrar la Eucaristía?, podemos decir como ellos: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Se nos ofrece todo un modelo de acompañamiento, usando la Palabra de Dios. Jesús parte de la situación personal de los dos discípulos, primero los escucha, comprende su problema, y después les habla, interpretando su vida real y concreta a la luz de la Palabra.

Todo un proceso, que cuenta con un VER (acompañar por el camino, escuchar), un JUZGAR (desde las Escrituras y la fracción del pan) y un ACTUAR (desandar el camino, anunciar lo encontrado). Encontrar al Resucitado exige pasar por los tres momentos, no podemos pretender ver a Jesús sólo en las Escrituras y la Eucaristía. La Eucaristía es antes que nada una comida entre amigos, que quiere hacer perdurar la presencia de los compañeros de viaje, en el gesto de compartir el mismo pan, símbolo de la vida con sus problemas y alegrías, descubrimos al mismo Jesús.

Una vez descubierto como los dos de Emaús, olvidamos nuestros cansancios y aunque es de noche, nos levantamos y corremos gozosos, a comunicar la buena nueva a todos los hermanos: “Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”. Es nuestra historia, tú y yo somos los dos caminantes, los que nos debatimos entre el ver y no ver. Creer en la Resurrección es la piedra de toque de nuestra fe. Por eso la Pascua, es un maravilloso tiempo para que reflexionemos sobre lo que creemos, sobre el que ahora llamamos Jesucristo, que en definitiva, es mirar nuestra propia vida y la de nuestros hermanos y captar en ellas los signos de esperanza, de amor, de alegría, de cambio, de Resurrección.

Podríamos terminar con la primera lectura de los Hechos, recordando con San Pedro: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi cuerpo descansa esperanzado. Porque no me entregarás a la muerte no dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia”. Es Pascua y aunque invisible, el Resucitado se hace visible en la realidad cotidiana de nuestra vida.

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