EL AMOR NO DEBE NACER EN LA ARENA DE LOS SENTIMIENTOS QUE VAN Y VIENEN, SINO EN LA ROCA DEL AMOR VERDADERO, EL AMOR QUE VIENE DE DIOS

(Papa Francisco)

domingo, 25 de septiembre de 2016

HOY... EL EVANGELIO (Lc 16, 19-31)

HOMBRE RICO, HOMBRE POBRE


Hay un mendigo en la puerta, (de la parroquia, del Carrefour…), tiene nombre, se llama Lázaro. Ponerle nombre es mucho, se supone que alguna vez me he parado, no sólo le he echado unas monedas distraídamente, he aprendido a llamarlo. Es verdad que dar una limosna al que está en la calle, no hace sino reproducir la mendicidad, pero también es verdad que acercarse, preguntar por sus llagas, es iniciar un camino en busca de la dignidad.
El rico (al que hemos llamado Epulón, aunque el evangelista no le pone nombre, cosas de San Lucas), no hace mal alguno, más aún, puede que piense que los bienes de los que disfruta, son signo de la bendición de Dios para los justos y la pobreza y la enfermedad, son signos de la maldición de Dios para los pecadores. La parábola nos habla de algo más fuerte, primero de la insensibilidad ante el sufrimiento. La buena vida, la abundancia: “el lino y la púrpura”, nos suelen hacer ciegos ante el dolor ajeno.
Lo segundo, es que Jesús cuenta la parábola en el marco del Juicio de Dios, en la misma línea de la primera lectura de Amós: “Pues encabezarán la cuerda de cautivos y se acabará la orgía de los disolutos”. Visto como se plantea, parece que la pobreza salva automáticamente y la riqueza condena: “Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió el rico y lo enterraron. Y, estando en el infierno…”. Pero el Juicio de Dios, no es un juicio para la otra vida, -esta es la acusación que se nos hace a los cristianos, de alienar con las promesas para el otro mundo-, es para aquí y ahora.
Dice un refrán: “Dime con quién andas y te diré quién eres”, creo que no es preciso recordar, que el Juicio de Dios, no son nuestros juicios de hombre, ni incluso los de la Iglesia. En demasiadas ocasiones somos muy benevolentes con los corruptos, defraudadores, explotadores y poco con los homosexuales, o divorciados vueltos a casar, a estos los negamos la comunión y a los otros no. Jesús en el evangelio, solía andar con estos que nosotros consideramos que manchan nuestros principios sagrados, con los Lázaros.
Cada Eucaristía, como la que estamos celebrando hoy, es un banquete, donde deben caber todos aquellos con los que se juntaba el Maestro. Las cosas son muy sencillas: pan y vino y una comunidad a su alrededor. Pero su sentido es precioso, es el signo de la familia de Dios. Un día habrá mesa, sitio, pan, alegría y gozo para todos. Los mendigos no estarán sentados en la puerta y se luchará para que todos tengan trabajo y dignidad. No es nada evidente, que el Reino, nos reúna a todos en esta mesa, pero es lo que Dios quiere, nos pide y espera.
La Palabra de Dios es clara: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”, el muerto ha resucitado: es Jesús. Él no quiere la injusticia, la explotación, la desigualdad, el dominio de unos sobre otros. Luchar por la igualdad, por acortar las diferencias entre ricos y pobres, estar con los excluidos, los descartados, es la tarea de nuestras parroquias. Todo un reto para el ejercicio de la caridad en la Iglesia.
Julio César Rioja, cmf

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