DERECHOS DEL ENFERMO
La ley puede otorgar ciertos derechos. Pero hay
derechos que existen por encima de la ley.
El derecho a ser curado, a ser atendido como enfermo,
es anterior a cualquier ley. Como también es derecho del enfermo el decidir si
seguir o no seguir un tratamiento concreto si tiene motivos válidos para pedir
una cosa u otra.
Por eso, una ley sobre la suspensión de tratamientos
debería limitarse a garantizar el derecho del enfermo a dar su “sí” o su “no” a
ciertas intervenciones médicas que, a juicio del enfermo, puedan ser vistas
como muy dolorosas o excesivamente pesadas para su situación concreta.
En cambio, una ley sobre un tema tan delicado no
debería convertirse en un método sutil para introducir dos delitos: la
eutanasia y la asistencia al suicidio.
La eutanasia es siempre un homicidio, porque consiste
en producir la muerte de un enfermo. Ningún estado debe permitir que una
persona tenga permiso para eliminar a otro, aunque sea un “enfermo terminal”.
Igualmente, el suicidio asistido es también un delito,
incluso en algunos casos un homicidio. Será un delito grave, colaboración en un
suicidio, si el que “asiste” se limita a dar medicinas u otras ayudas para que
el suicida pueda realizar su deseo. Será homicidio si el que “asiste” acaba con
la vida de quien desea suicidarse.
El que una persona, sana o enferma, pida a otro que
termine con su vida, no otorga ninguna excepción a la regla universal: nadie
tiene derecho a eliminar la vida de otro ser humano.
Hemos de garantizar al máximo todos los derechos de
cualquier persona que sufra una enfermedad, especialmente si se trata de una
enfermedad terminal. Tal persona merece ser atendida en su dolor, merece
recibir aquellos tratamientos que ella considere adecuados. Tiene, además, el
derecho a decir “no” a una acción médica que sea vista como sumamente dolorosa
y que ofrezca muy pocas esperanzas de mejorías.
El enfermo, por lo tanto, tiene derecho a renunciar a
aquellos tratamientos que ya no le devolverán la salud y que le resulten
sumamente pesados. En ese caso, deberá recibir las atenciones mínimas que
merece como ser humano: tratamiento del dolor, alimentación, hidratación.
Deberá recibir, sobre todo, cariño y acompañamiento humano, que son las
necesidades más profundas que experimenta como persona y como enfermo que
camina, lentamente, hacia el final de su existencia terrena.
© Fernando Pascual
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