DOMINGO DE RESURRECCIÓN
¡Qué no te lo cuenten! El amanecer del domingo de Pascua, la primera luna llena de primavera, el renacer de la naturaleza, todo nos invita a no ser espectadores: a ser protagonistas de una experiencia. Pascua significa “paso” y, si no pasa nada (no hay pascua), éste es sin duda el gran problema de nuestro cristianismo actual: no acabamos de creer en la resurrección personal, comunitaria o social. Ya lo decía San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es inútil” (1 Cor 15,14). Si las palabras de estos días se convierten en algo ritual o hueco, en idealismo o buenas palabras, en buenas intenciones o sólo en oraciones y celebraciones bellas, puede suceder que no lleguemos a ser testigos de una experiencia que transforme nuestras vidas.
Cuando la vida se hace chata, mostrenca y no se piensa en que las cosas, las personas, las situaciones pueden cambiar, renovarse como la primavera, es difícil creer en la resurrección. Los que somos de pueblo sabemos que si vas al rio, en la orilla encuentras guijarros, piedras que se han hecho planas con el rozar del agua, si las lanzas harán puentes hasta el otro lado, si las abres o partes encontraras que la humedad se ha metido dentro. Si hasta las piedras del río cambian, ¿cómo no van a cambiar las personas?, ¿cómo podemos decir que no podemos hacer nada? Hay que creer en el cambio de aquí, en que es posible la fraternidad, la justicia, el Reino en definitiva, para poder vivir y mirar a los hombres, la historia, con ojos nuevos que transciendan nuestra realidad tan estática.
Cada año surge la Pascua como una llamada a revitalizar y transformar lo que se ha hecho indiferencia, rutina, cansancio, aburrimiento; en alegría, comprensión, respeto, diálogo, corresponsabilidad, pensamiento y acción. Y podemos preguntarnos: ¿cuál es la pascua o “paso” que personalmente, en comunidad, en el ámbito social, debemos dar este año? La Pascua nos exige interrogarnos no sólo por nuestras vivencias sino también por la marcha de la comunidad y de la Iglesia. Si la vida de nuestras comunidades no acusa cambio positivo alguno, si todo sigue con el mismo ritmo de inercia, de quietud, de pereza, nuestras parroquias suenan más a sábado por la mañana que a domingo de Pascua. Quizás el abandono de muchos se debe a que la resurrección sólo es una palabra ritual, y no la fuerza que dinamiza la vida personal, comunitaria y social.
Creer en la Resurrección es creer en que llegará el Reino, lo que proclamó Jesús en su vida, por eso el cristianismo no es “el opio del pueblo”. Es pensar que es posible hacerlo todo nuevo, que triunfa la vida sobre la muerte, los crucificados sobre sus verdugos, que se puede transformar el mundo. Un dato: fueron las mujeres las primeras en descubrir la resurrección. Parece que Dios consideró que, quienes padecen la más antigua marginación de la historia, debían ser la primeras que en aquel amanecer vieran el resplandor de la nueva vida. Algo se nos debe querer decir sobre cómo vivir en nuestro actuar eclesial y social.
¿No busquemos todavía hoy entre los muertos al que está vivo? Proclamemos un ¡Viva la vida! y la alegría de vivir. ¡Qué no te lo cuenten!, ¡Haz la experiencia!
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