BUSCANDO RESPUESTAS
En los hombres de hoy, es posible que la vida espiritual y
religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos
todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos
como hijos de Dios.
Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos
hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino
sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si
el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no
vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se
convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros
queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que
deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos:
Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre,
entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación
personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de
vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos
demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda
contradicción.
El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir
hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en
Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las
propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo
es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo
esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de
resucitados, rostro de hombres salvados.
Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene
que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones
religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que
nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que
se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de
oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto
con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto
y de la veneración.
P. Juan P. Ferrer
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